Cuatro razones para seguir preocupados por la inflación

Uno de los principales legados que nos dejó el año 2022 fue el aumento de la inflación. La cifra de 12,8% no nos puede dejar indiferentes, más aún al considerar que es el mayor registro desde 1991, y que a nivel regional solo fue superada en Argentina y Venezuela. Esto ocurrió en un contexto donde el alza de precios fue la principal preocupación de la política económica global, pese a los riesgos crecientes de recesión.

 

Sin embargo, diversas señales recientes, entre ellas la moderación del IPC en EE.UU. y en Chile, sugieren que las presiones inflacionarias podrían ir en descenso. Pese a ello, creo que debemos mantener la cautela, ya que la inflación, aunque con menos fuerza, aún sigue presente. En este contexto, quisiera destacar cuatro razones que justifican mantener algún grado de preocupación no solo de corto plazo, sino también estructural, en relación a la evolución de precios en el futuro.

 

Para partir, es útil recordar que Chile es una economía abierta y, por ende, la inflación global tiene un impacto de primer orden (los bienes transables representan alrededor de 60% de la canasta del IPC). Por esta razón, pese a la caída en el margen en el IPC de EE.UU. y de diversos socios comerciales, no podemos desconocer que en todos ellos la inflación sigue muy por sobre sus valores de largo plazo (incluso cerca de 10% en diversas economías de Europa), lo que no hace más que confirmar que la inflación sigue presente. Ello resulta aún más válido al considerar los riesgos alcistas, especialmente sobre precios de commodities, producto de los conflictos geopolíticos que aún siguen latentes.

 

A nivel local, tenemos varias fuentes de riesgos. Una de ellas está relacionada con el deterioro de los factores de oferta, los que, de no revertirse, podrían incluso generar presiones estructurales de mediano plazo. Entre ellas, merece especial atención la caída en el crecimiento tendencial, el cual ha descendido a niveles de 2% en solo un par de años, como consecuencia del deterioro de la inversión y baja productividad. Asimismo, resulta preocupante el estancamiento que ha presentado la participación laboral, cifra que se ha mantenido por debajo del 60% por varios meses, no pudiendo recuperar los valores pre pandemia (cercanos al 64%). Bien sabemos que una economía que tiene menos producción y disponibilidad de mano de obra, tiene mayores presiones estructurales.

 

Otro factor a tener presente es la evolución de las expectativas de inflación, las cuales se han mantenido por varios meses sobre la meta de 3%. Si bien desviaciones transitorias no tienen impactos relevantes en los precios, cuando el desanclaje es más prolongado puede tener efectos en dinámicas de reajustes de precios, haciendo mucho más persistente la situación.

 

Para terminar, no puedo dejar de mencionar riesgos provenientes de la política económica. En particular, resulta especialmente relevante el desenlace de algunas discusiones que hoy se están planteando, como los autopréstamos o formas alternativas de retiros de los fondos de pensiones, ya que la materialización de estas u otras medidas similares (como alzas no esperadas del gasto fiscal) sin duda que amenazan con retrasar aún más la normalización de la inflación futura. Sobre este punto, debiese haber poco espacio para dudas, más aún al considerar el efecto indiscutible que tuvieron los retiros y el gasto en la inflación de los últimos años en nuestro país.

 

Rodrigo Aravena González

Economista Jefe

Banco de Chile

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